miércoles, 19 de mayo de 2010

“Los Luchadores de la calle”

Por: Sara Michelena

El mercado artesanal, ¿otro producto de la globalización o un espejo de nuestra nación pronunciada pluricultural?
Otavaleños que vivían del trueque y ahora cobran en dólar. Quienes no llegaron a aprender español, por lo menos saben los números en inglés.

Este asentamiento comenzó la lucha del reconocimiento, después de batallar por muchos años con la policía y sus requisas. En 1998, los vendedores ambulantes de la Av. Amazonas, hoy dueños del Mercado Artesanal de la Mariscal fueron reubicados por gestión del municipio de turno. Para muchos la guerra terminó cuando lograron comprar el lote, anticipándose a las gestiones que realizaba el Hotel Hilton Colón para convertir al mercado en uno de sus parqueaderos.

Finalmente el Sr. Salazar, propietario del terreno, decidió vender su propiedad a los 194 socios existentes. Cada uno terminó pagando alrededor de 9 mil dólares a la cooperativa que otorgó el préstamo en casi 4 años.

A decir de Pilar Sajuña, pionera del Mercado Artesanal, fue duro el camino para llegar a lo que hoy se ve “comenzamos con líneas pintadas en el adoquín, sentados en el suelo o en un taburete de madera. De aquí... usted podía verle la cara al de la última fila.”

Entre cuotas y asambleas lograron levantar muros, techos y renovar los baños, según Pilar se ha hecho camino al andar. En los corredores se escucha la pugna constante del sonido. El pop americano y los charangos andinos, tratan de adueñarse de la atmósfera. Higos enconfitados, mango curtido, zapatos y ceviche de chochos; collares, aretes, pinturas, adornos de casa, cuadros y más. Todo, siempre y cuando sea realizado con las manos. Considerado artesanal.

Distintos acentos en una misma pregunta ¿Cuánto cuesta?

Un sitio estratégico. A dos cuadras de una sucursal del Imperio Colón, el hotel Hilton que cada mañana despacha a cientos de turistas con hambre de lo exótico. Por un lado la adoración al sol y a las montañas. Por otro, una gruta con el Divino Niño, escapularios y demás restos de una religión impuesta.
La gente entra y sale todo el tiempo. A las 10h00 se abre, a las 18h00 el estruendoso sonido de la lanford anuncia el fin del negocio. Todos empacan para poder agarrar el bus a Chillogallo, Carcelén o a los valles. Ambiente lleno de niños que ya saben de precios y otros cuantos que saltan de puesto en puesto jugando a ser superman, todo esto mientras sus padres ven como parar la olla del día.

Olor a incienso, insecticida y dulce de paila. Americanos, chinos, europeos, colombianos, quiteños, cubanos, otavaleños. Un mercado. En todo el sentido de la palabra.

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