
Por: Belén Espejo
Trigueños, cabello oscuro, medianos, algunos vestidos con alpargatas y otros ya no. Esos son los indígenas ecuatorianos que tienen sus negocios en el mercado artesanal. Blancos, cabello claro, altos, con camisetas, pantalones flojos y zapatillas. Ellos son los “gringos”, como mucha gente les dicen.
No solo se diferencian en su aspecto físico y su forma de vestir sino también en su lenguaje. Los unos hablan el quechua y el castellano. Los otros el inglés solamente. Entonces, ¿cómo se comunican?
How much? What´s color? ¡Thank you! One, two, three dollars son las pequeñas palabritas que conoce Rosa Simbaña, una otavaleña del puesto 129. Para ella es difícil entender a los turistas. Rosa está tomando un curso de inglés para que el idioma no sea un obstáculo a la hora de atender a sus clientes. “Es mi sustento así que no me toca más que estudiar (…) los extranjeros son nuestros mayores compradores”.
Luis López, otro negociante, al igual que Rosa, considera que el estudio del inglés es sumamente importante. Cuenta que ya siguió un curso del idioma pero enfocado al comercio: costos, colores, prendas y demás. Esto le ayudó a entender a sus consumidores pero asegura que no tiene la suficiente confianza como para responderles. “A duras penas les digo el costo de algo”. Añade, también, que en su trabajo tiene que entender muchas lenguas desde el inglés pasando hasta el portugués y llegando al “chino”, es decir, al mandarín. “El chino es el único difícil”.
“La mayoría de extranjeros que vienen acá ya saben el castellano” asegura Víctor Picuasi, esposo de María Elena Pillajo. Los dos son de Imbabura. “Sé algo de inglés” dice él mientras que ella declara “soy una completa ignorante, no sé que también dirán”. Para María Elena los gestos, la mirada y el toqueteo de las prendas o recuerdos son las acciones que le dan la idea de lo que desean sus compradores.
“Ponch es poncho, t-shirt es camiseta, picture es cuadro” así lo entiende María Pérez cuando “el gringo” pregunta algo en su local. María, entre risas, señala que lo imprescindible son los números ya que así “se da el precio, sino fritos”. En el transcurso del negocio aprendió “lo poco que conoce acerca de esa lengua”.
Rosa, Luis, Víctor, María Elena y María piensan que aprender la lengua más común de los turistas es fundamental. Para Rosa “la atención sería mejor”. Luis, en cambio, dice que “no pasaría tiempo tratando de adivinar que es lo que quiere la clientela”. “Es un punto extra para mi negocio” afirma Víctor. “No estaría preguntando ¿qué? a cada rato”, señala María Elena. “Ofrecería más productos” indica María.
La comunicación entre estos grupos de personas con culturas e idiomas diferentes se limita al que uno habla y el otro escucha, tratando de entender. No hay indígenas, en el mercado artesanal, que puedan hablar fluidamente otros idiomas. Cada uno sabe lo “indispensable” para trabajar. Al parecer, la forma de interactuar en el artesanal volvió a la época primitiva: “todo funciona por señas”.
Trigueños, cabello oscuro, medianos, algunos vestidos con alpargatas y otros ya no. Esos son los indígenas ecuatorianos que tienen sus negocios en el mercado artesanal. Blancos, cabello claro, altos, con camisetas, pantalones flojos y zapatillas. Ellos son los “gringos”, como mucha gente les dicen.
No solo se diferencian en su aspecto físico y su forma de vestir sino también en su lenguaje. Los unos hablan el quechua y el castellano. Los otros el inglés solamente. Entonces, ¿cómo se comunican?
How much? What´s color? ¡Thank you! One, two, three dollars son las pequeñas palabritas que conoce Rosa Simbaña, una otavaleña del puesto 129. Para ella es difícil entender a los turistas. Rosa está tomando un curso de inglés para que el idioma no sea un obstáculo a la hora de atender a sus clientes. “Es mi sustento así que no me toca más que estudiar (…) los extranjeros son nuestros mayores compradores”.
Luis López, otro negociante, al igual que Rosa, considera que el estudio del inglés es sumamente importante. Cuenta que ya siguió un curso del idioma pero enfocado al comercio: costos, colores, prendas y demás. Esto le ayudó a entender a sus consumidores pero asegura que no tiene la suficiente confianza como para responderles. “A duras penas les digo el costo de algo”. Añade, también, que en su trabajo tiene que entender muchas lenguas desde el inglés pasando hasta el portugués y llegando al “chino”, es decir, al mandarín. “El chino es el único difícil”.
“La mayoría de extranjeros que vienen acá ya saben el castellano” asegura Víctor Picuasi, esposo de María Elena Pillajo. Los dos son de Imbabura. “Sé algo de inglés” dice él mientras que ella declara “soy una completa ignorante, no sé que también dirán”. Para María Elena los gestos, la mirada y el toqueteo de las prendas o recuerdos son las acciones que le dan la idea de lo que desean sus compradores.
“Ponch es poncho, t-shirt es camiseta, picture es cuadro” así lo entiende María Pérez cuando “el gringo” pregunta algo en su local. María, entre risas, señala que lo imprescindible son los números ya que así “se da el precio, sino fritos”. En el transcurso del negocio aprendió “lo poco que conoce acerca de esa lengua”.
Rosa, Luis, Víctor, María Elena y María piensan que aprender la lengua más común de los turistas es fundamental. Para Rosa “la atención sería mejor”. Luis, en cambio, dice que “no pasaría tiempo tratando de adivinar que es lo que quiere la clientela”. “Es un punto extra para mi negocio” afirma Víctor. “No estaría preguntando ¿qué? a cada rato”, señala María Elena. “Ofrecería más productos” indica María.
La comunicación entre estos grupos de personas con culturas e idiomas diferentes se limita al que uno habla y el otro escucha, tratando de entender. No hay indígenas, en el mercado artesanal, que puedan hablar fluidamente otros idiomas. Cada uno sabe lo “indispensable” para trabajar. Al parecer, la forma de interactuar en el artesanal volvió a la época primitiva: “todo funciona por señas”.
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