miércoles, 9 de junio de 2010

El Ejido. Otra foto de la cultura arraigada en las calles

Por: Sara Michelena

Es domingo. Este personaje de la colonia resucita y se vuelve historia a través de las miles de fábulas a las que dio y sigue dando vida.

Pintores, joyeros, artesanos, mercaderes, heladeros, empedernidos jugadores de ajedrez y cocos. Todos han acomodado su período en torno al último día de la semana. 12 asociaciones distintas, 197 artesanos en frutas y metal.

El parque sabe que verá caras y productos nuevos. Un desfiles entre mestizos, negros, chinos, y americanos. Los anfitriones esperan que el astro rey incremente las ventas de los comerciantes de helados y frutas. Los artistas, gritan a viva voz made in Ecuador.

Delimitado por las avenidas Patria y 6 de Diciembre, marca la división entre la ciudad antigua y la moderna. Comparte alrededor de 1.470 especies de plantas nativas y cientos de híbridos caninos entre Salchicha y Rottweiler. El gran escenario recrea y reproduce patrones de la cultura quiteña en cada redondel.

Los novios, que tras la interrupción del ejercicio del beso en las calles han obedecido al grito de ¡lárguense a un parque! El humor negro, el famoso Michelena que hizo de las vías su propio teatro. El inmortal fotógrafo del caballito que conoce cada centímetro del jardín como el cuerpo de la mujer con la que ha compartido su única vida. El extranjero, que sin conocer del arte del regateo, paga sonriendo para que la diferencia de idiomas no importe. El artesano, que en su lucha contra el urbanismo anuncia que morirá en las calles.

¿Un arte underground?

A decir de Fausto Loachamín, pintor alumbrado de la Universidad Central del Ecuador lo más hermoso de esta feria es que no hay comerciantes. “Aquí, el pintor es quién valora, al igual que el artesano o el joyero”.

Lo más difícil, lidiar con los infaltables problemas burocráticos, “llevamos ocho años de reconocimiento como personas jurídicas y ahora nos quieren grabar un impuesto cuando la cultura no tributa”.

Su trabajo, está valuado entre 35 y 95 dólares que es lo que la gente paga. Reconoce que el arte es un gusto y por eso los precios van de acuerdo a la economía. Sin importar el dinero llega cada fin de semana después de haber dado vida a las hojas secas sobre las que pinta. Se consume el gran día.

En cámara rápida. Cuando empieza caer la tarde cientos de personas envuelven sus obras y la comida sobrante.

Como los precarios circos que no tienen más que un león tuerto, una bailarina regordete y un millón de sueños por cumplir la gente se levanta. Todos, sin despedirse de este contexto que quedará casi desierto los próximos 6 días. Una vez más, esperando evidenciar en este espacio citadino, esa cultura quiteña tan arraigada al pavimento. Las calles y parques dejan de ser espacios meramente peatonales para transformarse en verdaderas galerías de arte. Vitrinas de la cultura quiteña.

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