martes, 22 de junio de 2010

"Dios era malo"


Por: Belén Espejo

Pequeña, trigueña, su rostro descuidado, vestida de anaco y con su hija a espaldas; así va por la vida. Le tocó convertirse en mamá muy joven, tiene 16 años. Alexandra vende chicles por los alrededores del Mercado Artesanal.

Creció junto a su madre Gladys, ya que su padre les abandonó. Ella veía como Gladys todas las mañanas y noches prendía una veladora a la Virgen. “Podía faltar todo en el cuarto menos la vela”.

Gladys tenía un puesto de dulces en la esquina de la calle Guayaquil, en el centro de Quito. Mientras Gladys laboraba, ella iba a la escuela. Terminó hasta el quinto grado, en el plantel Naciones Unidas, ubicado en el Tejar.

Un día, hace cuatro años, Alexandra se preocupó porque su madre no llegaba. La fue a buscar al trabajo. Los vecinos del sector le dijeron que vaya al Eugenio Espejo porque a “la doña Gladys” le habían atropellado. Fue al hospital. “Su madre murió”, fríamente le indicaron.

A los 12 años se quedó sola. Se dedicó al oficio de su madre, solamente cambió de sector. “Los municipales no dejaban trabajar a menores de edad”. En la Mariscal, también, pasa lo mismo. Por eso, Alexandra no tiene un lugar fijo y solamente comercializa chicles. “Ando con dos cajitas (…) si vienen los chapas me voy corriendo”.

Vivía cerca del Playón de la Marín. Un viernes, en la noche, después del trabajo, decidió bajarse antes ya que el bus no avanzaba por el tráfico. La calle era oscura. “Rapidito, rapidito caminaba”. Un tipo borracho la cogió por atrás. Por la desesperación se le fue la voz. No pudo gritar. La subió al monte, forcejeó y la violó.

“Me sentía sucia y avergonzada”. “Todas los noches me levantaba asustada” porque aún sentía las manos de aquella persona en su cuerpo. Alexandra siempre sospechó que era un vecino. Nunca dijo nada ya que “era un matón”. Después de ese día, nada fue igual: su barriga empezó a crecer. Sintió que ya no era una adolescente que pronto iba a cumplir quince años.

Muchas veces pensó en abortar. “La gente del barrio me decía que soy muy joven que de gana voy a estar con un bebé en brazos”. Fue a un centro clandestino, pero al ver como salía una joven de ahí, decidió no hacerlo. Además, le cobraban 200 dólares, dinero que no tenía. “A duras penas saco siete a ocho dólares diarios”.

Dio a luz a una niña. La llamó Gladys. Alexandra “sentía rechazo por la pequeña”, en el periodo de gestación y en los primeros días de nacida. Pero, llanto a llanto, sonrisa a sonrisa, bostezo a bostezo Gladys conquistó a su madre. Alexandra se dio cuenta que la criatura no tenía la culpa de nada.

Un día con su bebé en brazos, calentaba el agua para bañarla. La olla se volteó. El agua cayó en la pequeña. Se quemó la mitad de su rostro.

Después de todo lo que había vivido, Alexandra creía que “Dios era malo”.

En noviembre, Alexandra con su hija en brazos, fue al cementerio. Lloraba desconsolada arrodillada frente a la tumba de doña Gladys. Una mujer se le acercó. “Hijita ya no llores”, le dijo. Milagro o no, la mujer resultó ser doctora. Gracias a sus contactos lograron operar a Gladys.

Conocer a la doctora, para Alexandra, fue como un mensaje de su madre. Recordó como a pesar de no tener comida ni dinero en abundancia, Gladys siempre le prendía una vela a la Virgen. La fe que le transmitió su madre durante 12 años volvió. Ahora, todos los días va donde el Divino Niño del Mercado a “agradecer y a pedir fortaleza” para seguir con lo que le depara la vida.

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